Sexto sentido
Escrito para la
revista Kampussia en 2011
Ciertos temas, campos
o “ámbitos” tales como la adivinación o la videncia se han purgado y
desahuciado de la habitación de lo
racional por ser cuestiones más bien esotéricas y paranormales. Sin embargo, la
ciencia siempre ha convivido de forma muy cercana con lo especulativo –ya sea
hipotético, religioso o, simplemente, dogmático- y en ciertos momentos el roce
ha sido inevitable. Ése es el caso de lo
que actualmente se conoce por Proximidad
sensible o Sistema de proximidad.
Desde hace tiempo,
jugar con el término “sexto sentido” ha estado relacionado con sucesos
difícilmente explicables con la lógica. Y, de algún modo relacionado con lo sobrenatural, realmente existe –o
existió- un sexto sentido que se escapa al entendimiento de la mentalidad
contemporánea. El estudio sobre la proximidad sensible es relativamente
reciente, y tras ciertas investigaciones se puede asegurar que el Sapiens, como último eslabón de la
cadena evolutiva humana, tuvo en sus orígenes la capacidad de sentir y ubicar
el contenido del espacio en el que se encontraba sin necesidad de verlo. Los
que estudian este fenómeno para-perceptivo afirman que era tan vigoroso y común
como el resto de los sentidos. Por desgracia, esa habilidad se fue debilitando
y perdiendo en el transcurso de los siglos debido a que el hombre dejó de jugar
el rol de presa-cazador y ya no lo necesitaba. De hecho, en la antigüedad,
cuando la proximidad sensible aún era latente, percibir lo imperceptible era algo muy común entre los guerreros,
tanto que algunas enseñanzas orientales lo enmarcaban en un ámbito nada ajeno a
la vida cotidiana.
Este sistema de
percepción primordial es una habilidad que permite sentir la existencia y correspondiente ubicación de los elementos
que nos rodean en un espacio razonable. De tal modo, es posible saber si hay
una persona al otro lado de la pared o cuan cerca hay un bache en el camino.
Naturalmente, dicha
capacidad de apreciar el estado y la ubicación de nuestro entorno no ha
desaparecido totalmente, sino que aún quedan residuos en nosotros que solemos
tolerar e infravalorar llamándolos “corazonadas”. Esas intuiciones se
despiertan en nosotros algunas veces, manifestando su existencia en situaciones
variadas y cotidianas: descubrir con inquietud anticipada que alguien nos está
mirando, imaginar encontrarnos a una persona un instante antes de que se cruce
en nuestro camino, o incluso anticipar que alguien vaya a darnos un susto.
Real o irreal, ante
nosotros se abre diariamente un abanico de posibilidades y explicaciones no
amparadas por el raciocinio moderno que dejamos pasar sin detenernos un segundo
y darles una oportunidad.
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