La habitación de Antares
A
Deedee en 2011
Estaban
sentados, uno frente a otro, bajo el mismo techo, en una misma habitación que
no se encontraba en ninguna parte, pues no existía en realidad, como en
realidad ellos tampoco estaban sentados uno frente a otro. Pero eso no
importaba, pues sabían que las barreras de lo real no existen si nadie las
menciona.
-Este
sería un buen momento para tener una conversación inteligente
Sus
palabras se deslizaron a través del espacio que les separaba, sibilantes,
dividiéndose y desapareciendo luego como el humo de un cigarrillo. Ella le miró
a los ojos, conectando con su interior, con su mente, y simplemente preguntó:
-¿Por
qué éste?
-No
es este momento en concreto–respondió él-, ni tampoco es esta noche. Nada acaba
y nada empieza en un preciso momento, porque nada empieza y acaba en el sentido
fiel de ambos conceptos. Todo tiene infinitos precedentes e impredecibles
consecuencias.
>>Sin
embargo, ya que lo preguntas, está llegando a su fin este capítulo. Me voy,
lejos. Es poco tiempo, pero es suficiente. En cierto momento planeé esto porque
sabía que en otro cierto momento necesitaría un detonante para llevar a cabo un
cambio; necesitaría una ducha de agua fría y limpiarme las legañas de
cotidianidad.
-¡Cómo
te entiendo! –Asintió ella mientras se levantaba. Comenzó a dar vueltas por
aquella habitación inexistente, imaginaria, y, al mismo tiempo, más real para
ellos que la mayoría de todo lo que solía rodearles- Te entiendo en este
momento más que en ningún otro. Ni te lo imaginas. Ansío ese cambio de
episodio, ese cierre de capítulo. Anhelo dejar por fin de caminar hacia una
pared.
Se
asomó por una de las transparentes ventanas que permitían que los rayos del sol
inundaran la estancia con su embriagadora esperanza. Sin embargo, apenas había
luz, apenas podían distinguir sus siluetas en la oscuridad. Todo era relativo
en aquel refugio, nada respondía ante ninguna ley o previsión. Todo era
hermosamente libre.
-¿Tienes
miedo?
-Sí,
creo que sí, pero no me importa.
-Es
bueno tener miedo –continuó ella-, pero es mejor aún superarlo, afrontarlo. El
miedo nos hace sentir vivos.
Él
se levantó, y se aproximó lentamente a ella, a su espalda, hasta estar tan
cerca que ambos podían sentir el latir del corazón del otro. No se tocaban, por
supuesto, pues no estaban allí en realidad, y el tacto es un privilegio que
sólo se le concede a los presentes en la vida, no a los que escapan de ella a
recónditos e inexistentes bastiones sin forma ni color.
-El
miedo está generalizado, catalogado y comercializado.
-¿Y
qué no lo está? –Dijo ella justo después de darse la vuelta y mirarle a los
ojos de nuevo.
-Hablar
del miedo es tan erosivo para el concepto en sí como hablar de la felicidad o
el amor. ¿A qué tememos? Te diré a qué temo yo. Temo tener una vida normal,
cimentada en las ideas y dogmas que me han sido inyectados desde mi nacimiento,
y levantarme un día y no encontrar diferencia alguna con el anterior; le temo a
la comodidad y a la indiferencia. Y, sobretodo, temo tener miedo de perder
aquello que en realidad no tengo, puesto que nada se puede poseer.
-Sí,
temer a la mediocridad, a no ser capaz de enfrentar la corriente, a sucumbir a
las tallas con las que te comparan. Tengo miedo al vacío.
El
silencio se hizo. Seguían ahí parados, de pie, estáticos junto a la ventana,
muy cerca el uno del otro, mirándose a los ojos como si en realidad se
estuvieran mirando. No era necesario hablar, no aún, y no importaba cuándo eso
fuera a cambiar. El tiempo era irrelevante puesto que es una norma más del
mundo real, y ellos ahora eran libres. Cuando la mente se separa de la vida
para buscar una respuesta más allá de lo conocido, nada es verdaderamente
importante.
-Es
un vacío virtual –terminó por decir él-. Es un vacío que sólo existe en mentes
confundidas y ciegas. Si tienes una mente así, siempre estarás expuesto a sus
trampas.
-Lo
que temo es callarme y acallar mis sentimientos; perderme en la oscura y triste
indiferencia. Si hay algo que no me deja dormir, es el miedo a ser archivada.
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