La taquilla del viajante (1)


Llegó el viajante a una ciudad en la que quiso vivir durante un tiempo. Todas las mañanas, a una cierta hora, cogía el viajante un autobús para ir a comprar el pan. Salúdole el conductor cada mañana como un amigo más, intercambiando con él de tanto en cuanto historietas y comentarios jocosos, y advirtió el viajante que cada pasajero era tratado de igual manera. El conductor tenía siempre algo que hablar con cada pasajero de aquella línea a aquella hora, que al cabo del tiempo cayó en la cuenta –el viajante- que solían ser los mismos. La fuerza de la costumbre y la rutina, pensó para sí.

  Pareciole al viajante, sin embargo, algo entrañable que apuntar en su diario.
Sucedió que un día coincidieron ambos –viajante y conductor-, aunque en un principio no se vieron, en una modesta cafetería junto a una estación de autobús. Equivocose la camarera en su compás de caminar, y un mal tropiezo llevole a derramar una sgotas de leche sobre la camisa azul del conductor, cliente en tal momento. Estalló éste en una rabia inopinada, y aseverado con su enfado abandonó el establecimiento en un brusco y veloz ademán. Hubiera jurado el viajante que, en su dramática salida, el conductor mirole por un instante, pero saludo no recibió, ni tampoco historieta o comentario por su parte. Apurose el viajante a terminar su café y a salir tras el encolerizado conductor. Siguiole a hurtadillas hasta un supermercado, donde de nuevo el conductor demostró, con su falta de educación y cortesía, que fuera del autobús era –para sorpresa del viajante- todo lo que dentro de él no.

Atónito y en descuadre, tomó el viajante en la mañana siguiente de nuevo el autobús. Y del conductor la empatía y buen hacer fueron latentes como siempre días atrás.

Sorprendiose aún más el viajante, que a poco de abandonar la ciudad, días después de aquel suceso, escuchó una conversación entre el conductor y el que pareciole un compañero. Afirmó el intrigante conductor, encargado de aquella línea a aquella hora, que en el trabajo uno ha de ser brillante y elegante, y nunca dejar en el decaigo el buena talante, pero que como todo humano natural hijo de Dios, que somos todos, hasta el monje peca cuando no lleva uniforme.





 
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