Capítulo 2


EL REINO DE LAS GALAXIAS

Estamos lejos de la orilla, en el desconocido océano cósmico,
esparcidos como espuma en las olas del espacio.

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Proyección tridimensional de un cubo
de cuatro dimensiones
Después del concepto de deidad, lo más grande que puede plantearse la mente humana es el universo, configurado -como mínimo- en tres dimensiones espaciales y una cuarta temporal. Si tratar de asimilar ésta última ya resulta un quebradero de cabeza para nuestro intelecto, aceptar que pueda haber otras tantas dimensiones –o grados de libertad*- supone un reto no menos que absurdo. Esto nos lleva unívocamente al hecho de que toda teoría o conocimiento que desarrollemos serán relativos, basados en unos falsos ejes que nos sirvan de guía.
Partiendo de esta premisa, podemos definir el universo como una laguna cósmica que alberga en su interior cientos de miles de millones de islas de estrellas, una gran tempestad de entes luminosos, gas y polvo. A nuestro entender, la vida ha comenzado a desarrollarse a una edad madura del universo, en la que sus palpitaciones se han atenuado y se dispersan a lo largo de la inmensidad de la materia oscura. Edad madura, claro, respecto a su origen, no a la indefinida eternidad que se presenta por delante.
Dispersas por esta masa cósmica, orbitan alrededor de su eje incontables grupos globulares de hornos nucleares llamados galaxias, que son como enjambres de abejas unidas por la gravedad. La vía láctea, hogar propiamente dicho del ser humano, es un torbellino que arrastra doscientas mil millones de estrellas en su interior, que oscilan en formación lenticular, en cuyo centro se encuentra un disco plano de 2.000 millones de años luz* de diámetro, que constituye la mayoría de la masa de la galaxia.
Nuestro agujero negro particular.
          La Vía Láctea, tras siglos de estudios y observación, se puede definir como una galaxia en espiral que rota como la rueda cósmica de un reloj luminiscente. Hablamos de unos 100.000 años luz de una punta a otra.
Es importante al menos arañar la superficie de las proporciones de aquello que nos rodea más allá de nuestro planeta, pues el hombre ya en su día atentó, quizás necesariamente, contra el propio razonamiento, acomodándose como epicentro de la existencia, haciendo suyo el medio y siendo suyo el protagonismo. Hubo un día en el que el primer humanista afirmó que el hombre era perfecto y maravilloso, y contaminó con ello el agua de los ríos de la lógica de los que muchas generaciones beberían.
El hombre no es el centro, ni lo es nuestro planeta, ni posee la exclusividad en raciocinio y sociedad. Es sólo que, apresados en una cárcel tridimensional, observamos el firmamento desde nuestro pequeño lago de estrellas y, por no ver, creemos que no existe.
La Vía Láctea y nuestro sistema solar

ANEXO:

*El año luz es una medida de longitud, y no de tiempo. Se denomina así ya que, en un año, la luz recorre aproximadamente unos 10 billones de kilómetros. Es decir, un año luz equivale a 1.000.000.000 km. Cabe recordar que el radio de La Tierra es de 6.400 km.

*Los grados de libertad, o dimensiones, han sido y son los pilares de muchas de las hipótesis más revolucionarias de la física, como la curvatura del universo y la teoría de cuerdas. Carl Sagan dedicó muchos esfuerzos en intentar proyectar en las mentes no iniciadas el abismo de percepción que existe entre dimensiones. Aquí uno de sus más populares vídeos, en el que partiendo de dos dimensiones, aclara como podemos atisbar la existencia de una cuarta.

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