¡Hey! ¿Qué tal? ¿Veis a
éste? Sí, de ojos marrones y pelo negro como el carbón. No es muy alto, lo sé,
pero no podemos decir que sea un chico bajito. Tiene una estatura media en una
población medianamente alta. Sabéis a quién me refiero, ¿no? Os presento a
Marvin Robinson, un ser humano de lo más normal. Come tres veces al día, duerme
una media de ocho horas y le gusta pasar tiempo con sus amigos. Bebe alcohol,
pero no es alcohólico; a veces fuma, pero ni de lejos es fumador. A Marvin
Robinson le gustan los días tristes, apagados; también le relajan los días
lluviosos. Sin embargo, lo que Marvin prefiere es abrir la ventana e inspirar
aire cálido; mirar allá afuera y disfrutar del vivo color del sol.
En definitiva, Marvin
Robinson es un chico muy típico, pero no de esos chicos típicos sin nada
interesante que contar. No, por supuesto que no. Marvin Robinson, si tuviera la
ocasión, te podría contar muchas historias, compartir contigo sus opiniones. No
tiene un gran don para la narración, pero no te aburrirías escuchándole. Y si,
en efecto, cogiera el bueno de Marvin algo de confianza contigo, de seguro te
diría que tiene ahora mismo un problema. Bueno,
no es exactamente un problema, me corregiría cargado de optimismo. Es más bien una duda que no consigo resolver.
Una duda podría ser un problema, pero como en todo, hay una segunda manera de
enfocar la situación, y nuestro protagonista casi se aventuraría a decir
que una duda sin fácil respuesta es más bien un reto a superar. No obstante, no
en todos los casos el optimismo es buen consejero, y quizá esta cuestión no sea
tan simple como una simple duda es, y es que nuestro nuevo y prudente amigo Marvin
sospecha, aunque no puede asegurar, que está muerto.
Marvin Robinson tiene
21 años.
Marvin Robinson está en
la flor de la vida. O, al menos, lo
estaba.
Una desgracia ésta que
nos acontece. Un joven que se desvive por saber si sigue vivo, o si por el
contrario no lo está. Una gran tristeza, desde luego. Aunque como es bien
sabido, es a veces mejor la muerte que cierta desdicha, no es el caso en el que
nos encontramos. No lo es porque Marvin Robinson es –o era- un chico feliz, si
es que es lícito hablar de un concepto tan abstracto como es la felicidad, que
tantas veces se emplea sin razón, y que poco a poco va perdiendo su gran y
maravilloso significado verdadero. Marvin Robinson, como iba diciendo, era un
chico feliz, estudioso, con amistades de verdad que habían ido creciendo a la vez
que había ido creciendo él, tan maduras como maduro lo era él. Un chico
aplicado, que nunca dejaba para mañana lo que la salud le permitiera hacer hoy.
Vivo, lleno de energía.
Ironías de la vida,
aquí nos tenemos, Marvin y nosotros, nosotros y Marvin, todos igual de impotentes. Señor Robinson,
que podría haber sido, de pie con la espalda recta como bien le había enseñado
su madre desde pequeño, asustado y paralizado, mirando con intriga su propio
cuerpo sin vida tendido en un ataúd abierto. Marvin se pregunta por qué, por
qué a él, pero no durante mucho tiempo. El primogénito de la familia, hijo de
Benjamin Robinson y Elisabeth Dain, no es de esa clase de personas que cuando
tiene un problema malgasta energías maldiciendo su suerte. Ahora, un
pensamiento fugaz, que ya había empezado a rondar por su cabeza, le domina por
completo; una idea difícil de evitar. Pero, ¿cuántos de nosotros seríamos
capaces de obviar el hecho de que quizás seamos algo así como un espíritu o un
fantasma? ¡Ah! Si ya la vida no es fácil, imaginémonos la muerte. Marvin quiere
llorar, quiere gritar. Quiere correr por la iglesia en la que se encuentra y
zarandear uno tras otro a todos los presentes. Quiere demostrar que él sigue
ahí. Pero sabe que sería inútil. Marvin Robinson es un chico práctico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario